Había estado consumiendo pornografía diariamente, y había perdido todo control para dejar de hacerlo. Antes de casarme en 1989, había asumido que tener sexo dentro del matrimonio resolvería mi problema con la lujuria, pero un año después de haberme casado volví a caer. Nadie sabía mi secreto; menos aún mi joven esposa desde hacía un par de años, Michelle.
Había comenzado un nuevo negocio en marzo de ese año y había decidido emprender un viaje en automóvil de tres semanas a lo largo de Estados Unidos para visitar clientes e iniciar a impulsar las ventas. Mi plan era conducir desde nuestro hogar en Los Ángeles hasta Missouri durante el fin de semana y comenzar a hacer llamadas de ventas desde San Luis ese lunes.
El sábado en la mañana desperté a las 5:00 AM con los nervios de punta. La idea de enfrentar las tentaciones que se acercaban con el estremecedor silencio de una habitación de hotel por tres semanas seguidas era como ver hacia abajo desde un precipicio con un despeñadero del cual no podía ver el fondo. La ansiedad era tan intensa que tuve que correr hacia el sanitario a vomitar mi desayuno. Michelle corrió hacia mí preocupada, pero no podía decirle lo que me estaba sucediendo. «Todo estará bien; algo que comí no me sentó bien», murmuré.
Llegué a Blue Springs, Missouri esa noche; un viaje de cerca de 2,250 kilómetros. Cansado, fui a la cama poco tiempo después de registrarme. «Logré pasar la primera noche sin caer», pensé. «Quizá este viaje no será tan malo».
Mientras estaba en mi viaje de 390 kilómetros hacia San Luis la siguiente mañana, el dolor de la soledad comenzó a lanzarse hacia mis emociones. Pensaba en estar solo en un hotel lejos de mi hogar sin nada qué hacer la mayoría del día… y entonces los pensamientos de fantasía sexuales comenzaron a sonar en mi mente como si fueran una mariposa revoloteando en mis oídos. Para cuando me registré en el hotel ya había decidido comprar algo de pornografía.
Pasé esa semana en San Luis, Chicago y Detroit, con el mismo patrón repitiéndose: ver pornografía toda la noche, despertarme con una resaca de vergüenza y luego tratar de funcionar en el mundo de los negocios con tan solamente algunas horas de sueño durante el siguiente día. Para cuando llegué a Dayton, Ohio el viernes, las imágenes ya no eran suficientes. La lujuria siempre deja al hombre o a la mujer un poco más vacío y un poco más hambriento de lo que estaban antes, y yo había vaciado mi alma al punto donde necesitaba algo más que eso.
Después de la cena, llamé a Michelle. Fue dulce, cuidadosa y amable como siempre; cuando terminó la conversación diciéndome que me amaba, la aguja de la condena entro en mi corazón de piedra y busqué la guía de teléfonos.
Encontré un anuncio de una compañía que ofrecía el «servicio» en el que estaba interesado e hice una llamada telefónica. Enviaron una mujer hacia mi habitación; me prometieron que estaría conmigo en pocos minutos. Miré mi argolla de matrimonio; no podía tener sexo con otra mujer y pensar en mi esposa, así que me la quité.
Ciento cincuenta dólares y una hora después, había cometido adulterio con una mujer que vendía su cuerpo por dinero. Sin embargo, había algo malo – no lo había disfrutado; quería que terminara tan pronto como había comenzado. Sentía como si dentro de mí estuviera llorando, como si algo había muerto.
Había estado con prostitutas antes de estar casado, y la mirada en sus ojos era muchas veces el reflejo de lo que me estaba haciendo y lo que le estaba haciendo a ellas. Cuando un hombre o una mujer se entregan al pecado sexual, hay una muerte dentro de ellos que va más allá de un dolor de conciencia. Cuando veía la mirada vacía de la prostituta, no había ninguna vida detrás de esos ojos.
«Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo».
1 Corintios 6:18
Luego que ella se fue tenía el fuerte sentimiento de que estaba sucio, tanto interior como exteriormente; una ducha rápida no alivió este sentimiento. Me puse nuevamente mi argolla de matrimonio y pensé en Michelle, quien estaba en casa inconsciente de lo que su esposo cristiano adicto al sexo había hecho. Sus palabras al final de nuestra última conversación telefónica me atormentaban y me quebranté en llanto. ¿Cómo llegué hasta acá? Nunca hubiera imaginado que tan sólo dos años luego de casarnos, yo, quien todos pensaban que era un «buen chico cristiano», hubiera cometido adulterio con una prostituta.
La siguiente mañana registré mi egreso del hotel tan pronto como pude; no podía soportar estar allí. Las memorias de lo que había hecho la noche anterior me perseguían como una pesadilla demoníaca de la que esperaba poder despertar. Ya no tenía deseos lujuriosos ni pensamientos de fantasía sexual, estaba harto de eso.
Me reuní con un cliente más tarde ese día, la mañana siguiente conduje a Kitchener, Canadá. Sabía que necesitaba decirle a Michelle que había roto nuestro pacto matrimonial, pero estaba aterrorizado de cuál podría ser su reacción. Buscando consejos (y esperando que no fuera necesario contarle), llamé a un amigo, John estaba en sus cincuentas y él y su esposa se habían recuperado de las múltiples aventuras amorosas que él había cometido. Cuando le pregunté a John si pensaba que debía contarle a Michelle, sus palabras ahogaron cualquier esperanza que pudiera tener: «Debes decirle, o nunca jamás tendrán verdadera intimidad, la persona con quien cometiste adulterio siempre estará entre ustedes dos».
Luego pregunté cuánto tiempo le tomó a su matrimonio sanar: «Años», me dijo. Quedé boquiabierto: «¿Años?», dije incrédulamente. «¿Años? Yo pensé que seguramente dirías algunas semanas o quizá meses, pero ¿años?».
«Sí, años», repitió John firmemente. «El antiguo matrimonio que tenías está muerto y debes reconstruir uno nuevo. Esto tomará mucho tiempo y esfuerzo de tu parte; debes inundarla en bondad y ganarla nuevamente».
Hay algunos momentos de la vida que nunca se olvidan, el impacto es tan intenso que esa memoria se graba en nuestra mente. Esa llamada desde Canadá cuando le dije a mi esposa que la había traicionado es una de ellas. Mientras rendía cuentas acerca de mi adulterio, con pornografía y luego con una prostituta, Michelle comenzó a llorar. Mientras yo hablaba sus lamentos incrementaban en intensidad y lamento: «Oh, Mike, Mike, Mike, Mike…» decía…fue como si yo estuviera escuchándola mientras descubría que la había apuñalado por la espalda con un cuchillo de quince centímetros.
Las servilletas de nuestra boda decían: «Hoy me estoy casando con mi mejor amigo». Para muchas mujeres, el shock y el horror de descubrir la horrible verdad que su mejor amigo las ha traicionado es más traumático que lo que se ha hecho físicamente.
Cuando escuché la reacción de Michelle, supe que el daño que le había infringido a nuestro matrimonio era más severo que lo que había anticipado. La mayoría de los hombres están ciegos a lo que están haciéndole a sus esposas hasta que es demasiado tarde. Aún meses después algunos no entienden; no es poco común escuchar a hombres decir «¿cuándo mi esposa superará esto?» cuando solamente algunos meses han transcurrido.
En la Escala de Richter, los terremotos con una intensidad de 1 a 5.9 son definidos como «muy leve» a «moderado». Un terremoto moderado «puede causar un daño mayor a edificios deficientemente construidos en pequeñas regiones…ligeros daños a edificios bien diseñados». Terremotos muy leves a moderados, según se reporta, ocurren alrededor de 60,000 veces cada año.
Los terremotos entre 6.0 y 6.9 son identificados como «fuertes» y suceden 120 veces al año. Al tope de la escala están los terremotos que miden 9.0, conocidos como «raramente grandes», un evento que ocurre una vez cada 20 años. Se estima que un terremoto raramente grande tiene una fuerza explosiva de 32 gigatones; ningún edificio cerca del epicentro de un impacto de 32 gigatones quedará en pie. Todo es destruido y debe ser reedificado desde cero.
Todos los matrimonios tienen sus terremotos «muy leves» a «moderados» que son fácilmente superables, pero el adulterio es un impacto de 32 gigatones que diezma todo. La relación es llevada al suelo desde sus cimientos, eliminando toda la confianza, amor y gozo que habían sido tan cuidadosamente construidos por años.
Antes de confesar mi adulterio a Michelle, ella estaba apasionada con nuestra relación. Ella amaba hablar conmigo; disfrutábamos una cercanía que nunca había experimentado con ninguna otra persona. Reíamos libremente y compartíamos nuestros pasatiempos, miedos y sueños el uno con el otro.
Todo cambió de la noche a la mañana; nuestro matrimonio estaba irrevocablemente perdido. Ahora, mi sola presencia podía causarle llanto. La risa se desvaneció y nuestro matrimonio se volvió una lucha desesperada por sobrevivir. En el lugar donde antes estaba la puerta de la confianza, se construyeron barreras que la protegían de más daño.
El progreso fue terriblemente lento; hubo días cuando sentía que la sanidad era imposible; yo no podía «arreglarla» porque yo era la fuente del dolor de Michelle. Aún pedir disculpas le causaba llanto y explosiones de ira.
Por cierto, masturbarse con el uso de pornografía, es adulterio; adorar, amar y desear a otra mujer usando la auto-gratificación para intensificar la experiencia también es adulterio. He escuchado historias de hombres cuyas esposas los encontraron viendo pornografía; el proceso de recuperación de esos matrimonios toma tanto tiempo como si su esposa los hubiera encontrado con otra mujer. (La realidad de la pornografía es que estaban teniendo sexo con otra mujer emocionalmente y espiritualmente mientras tenían sexo con ellos mismos físicamente.)
Si el acto físico del adulterio es un terremoto raramente grande, involucrarse con la pornografía es un 7.0 «gran terremoto» con la fuerza de 50 megatones. Mientras un impacto de 50 megatones no es tan severo como la versión de 32 gigatones, los grandes terremotos ocurren 18 veces al año. Debido a que la pornografía es altamente adictiva y lleva tiempo para recuperarse, el trauma causado continuamente al matrimonio por impactos sucesivos de 50 megatones pueden ser tan devastador como los terremotos raramente grandes del adulterio físico.
Traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener. – Diccionario de la Real Academia Española.
Solamente un amigo cercano tiene acceso a los más profundos y secretos lugares de nuestro corazón, y solamente un amigo cercano puede entrar en este lugar y destruirlo.
Para el cristiano adicto al sexo, existe otro a quien están traicionando:
Todavía estaba hablando Jesús cuando se apareció una turba, y al frente iba uno de los doce, el que se llamaba Judas. Éste se acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le preguntó: Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Lucas 22:47-48
Como Judas, besé a Jesús en un momento y al siguiente lo traicioné. Yo proclamaba mi amor por Él durante la adoración los domingos por las mañanas y luego caía ante la diosa pagana de la lujuria de lunes a sábado. Cada vez que veía pornografía y cada acto de adulterio eran una traición a mi relación con el Señor.
¿Cómo afecta al Señor nuestro adulterio?
¿Has notado cómo Dios describe frecuentemente la infidelidad de la nación de Israel como adulterio? Algunas veces suena enojado:
«Y si preguntas: «¿Por qué me pasa esto?», ¡por tus muchos pecados te han arrancado las faldas y te han violado!
¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal! «Los dispersaré como a la paja que arrastra el viento del desierto.
Esto es lo que te ha tocado en suerte, ¡la porción que he medido para ti! -afirma el Señor-. Ya que me has olvidado, y has confiado en la mentira, ¡yo también te alzaré las faldas hasta cubrirte el rostro y descubrir tus vergüenzas! He visto tus adulterios, tus relinchos, tu vergonzosa prostitución y tus abominaciones, en los campos y sobre las colinas. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿Hasta cuándo seguirás en tu impureza?»»
Jeremías 13: 22 – 27
La respuesta de Dios no está tan lejos de cómo Michelle reaccionó a mi traición; estuvo enojada y amargada por meses, además, profundamente herida. Ver a Dios como un enojado es fácil, pero, ¿podríamos nosotros también herirlo?
«Los sobrevivientes se acordarán de mí en las naciones donde hayan sido llevados cautivos. Se acordarán de cómo sufrí por culpa de su corazón adúltero, y de cómo se apartaron de mí y se fueron tras sus ídolos malolientes. ¡Sentirán asco de ellos mismos por todas las maldades que hicieron y por sus obras repugnantes!»
Ezequiel 6:9
El Señor nos nuestra su corazón y nos ofrece lo mejor de sí, que incluye toda la gracia, amor y vida disponibles por medio de la muerte de Jesús en la cruz. Si no le importáramos tan profundamente, Él no estaría tan enojado y herido cuando lo traicionamos.
Pero Él nos ama y nos quiere de vuelta.
Afortunadamente, servimos a un Dios que sana los corazones quebrantados. El proceso de reconstrucción inicia de la misma manera con Él como con nuestras esposas: por una confesión honesta de nuestra traición y adulterio.
David escribió acerca de la bendición que vino de tal admisión de culpa:
«Dichoso aquel
a quien se le perdonan sus transgresiones,
a quien se le borran sus pecados.
2 Dichoso aquel
a quien el Señor no toma en cuenta su maldad
y en cuyo espíritu no hay engaño.
3 Mientras guardé silencio,
mis huesos se fueron consumiendo
por mi gemir de todo el día.
4 Mi fuerza se fue debilitando
como al calor del verano,
porque día y noche
tu mano pesaba sobre mí. *Selah
5 Pero te confesé mi pecado,
y no te oculté mi maldad.
Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor»,
y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Selah
6 Por eso los fieles te invocan
en momentos de angustia;
caudalosas aguas podrán desbordarse,
pero a ellos no los alcanzarán.
Salmos 32:1-6
A pesar de cómo lo herí, la gracia de Dios y su perdón me fueron dados cuando confesé mi pecado. Tal perdón y amor todavía me impresiona hoy; no hay pecado sexual que la sangre de la cruz no cubra.
He escrito acerca de cómo la sanidad de un matrimonio y del corazón de una mujer se pueden dar en otros artículos, así que no repetiré ese material acá.
Uno de los momentos más preciosos de mi vida fue cuando Michelle me perdonó por traicionarla. Para un hombre que ha cometido lo que podría haber sido el pecado imperdonable del matrimonio, recibir tal gracia no tiene precio.
En 2006, quince años de ese día en 1991 cuando llamé a Michelle y le confesé mi adulterio, le pregunté si alguna vez me había perdonado. Habíamos estado en consejería matrimonial y habíamos trabajado todo el dolor y enojo en los años pasados, pero no podía recordar haber escuchado alguna vez las palabras «Te perdono». En respuesta a tal pregunta me escribió esta carta, la cual me leyó en voz alta una noche:
Mike,
Cuando me llamaste y me dijiste lo que habías hecho, sentí una pesada carga sobre mí que no podía quitarme; mi estómago se sentía como de plomo. Sentía que tenía que vomitar. Recuerdo que seguía repitiendo tu nombre porque si lo hacía, de alguna manera todo esto no sería real. Era más un sentimiento de lamento. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Yo estaba tratando de dar la talla de algo que era inalcanzable pero que yo pensaba que era algo que te haría feliz.
Tomaste algo que era nuestro y lo regalaste a una sucia prostituta. Simplemente lo regalaste, ni siquiera era algo de lo que me podías preguntar si me importaba. No era algo que se suponía que fuera compartido o prestado. Era nuestro y sólo nuestro.
Lo hiciste barato. Lo sacrificaste para alguien más. No te fue especial.
Hiciste que mi Caballero desapareciera. Me hiciste crecer de una manera que yo no quería, me hiciste ver la crueldad de la vida de una manera para la cual no estaba lista. Todavía tenía inocencia y la destruiste.
Sé que ya no eres la misma persona, al igual que yo, pero realmente me heriste, Mike. Fue un golpe para el cual no estaba preparada.
No recuerdo si alguna vez te dije que te perdonaba o si estaba lista para hacerlo quizá porque nunca había expresado lo que me habías hecho. Mike, te perdono.
Con amor,
Michelle.
John estaba en lo correcto; la recuperación por un adulterio lleva años.
La buena noticia es que el Señor reconstruye y restaura los matrimonios quebrantados.
Referencias: